domingo, 26 de abril de 2009

Secretos del corazón


Ayer, mientras veía Secretos del corazón me acordé de algo que me había sucedido cuando era pequeño. Más que sucederme debería decir algo que yo había provocado. Era verano. Porque el recuerdo es de una mañana soleada en la que no había clase, o tal vez, tan sólo era un sábado pero ya de primavera o simplemente un día de esos de invierno en los que parece que las estaciones se tocan por los extremos, como si el tiempo fuera un pañuelo plegado.

Le ofrecí cien pesetas a una niña para que se bajara las bragas. A veces pienso en eso, pienso en esa niña, tal vez de mi misma edad o quizás mayor, pienso en su camiseta blanca, su falda plisada. En mi recuerdo se sube la falda sin más y ahí está su cuerpo desnudo. Nadie toca a nadie. Nadie dice nada. Pasan cuatro, cinco segundos y zas, la falda vuelve a su sitio. La chica se la alisa con las manos. Sonríe. Se marcha.

Treinta años después sigo ahí, arrodillado, en el mismo lugar.

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