domingo, 26 de abril de 2009

Secretos del corazón


Ayer, mientras veía Secretos del corazón me acordé de algo que me había sucedido cuando era pequeño. Más que sucederme debería decir algo que yo había provocado. Era verano. Porque el recuerdo es de una mañana soleada en la que no había clase, o tal vez, tan sólo era un sábado pero ya de primavera o simplemente un día de esos de invierno en los que parece que las estaciones se tocan por los extremos, como si el tiempo fuera un pañuelo plegado.

Le ofrecí cien pesetas a una niña para que se bajara las bragas. A veces pienso en eso, pienso en esa niña, tal vez de mi misma edad o quizás mayor, pienso en su camiseta blanca, su falda plisada. En mi recuerdo se sube la falda sin más y ahí está su cuerpo desnudo. Nadie toca a nadie. Nadie dice nada. Pasan cuatro, cinco segundos y zas, la falda vuelve a su sitio. La chica se la alisa con las manos. Sonríe. Se marcha.

Treinta años después sigo ahí, arrodillado, en el mismo lugar.

sábado, 18 de abril de 2009

Aprender a leer


Sólo hay una cosa mejor que un libro, dos libros. En el cuento de Neil Gaiman, Coraline, la muchachita inquieta, aburrida, traspasa la puerta abierta. La puerta tabicada, pero abierta. Quizás ahí aprendí que si tenemos nombre es porque no nos conocemos. Yo soy rayo cósmico. Ese es mi nuevo nombre. Quizás lo necesitaba porque aún no sé del todo quién soy, tal vez porque tampoco me interese saberlo. Vivo. Patino. Leo de nuevo cosas antiguas. Reinvento el placer de leer. Es temprano. Nunca más me conectaré al messenger. Mucha loca, también mucha teoría sobre el amor. Yo prefiero la textura de las páginas rugosas de mi Simenon, de Las memorias de Maigret, qué gusto deslizarse por las páginas de este libro o repasar las viñetas de Los cuatro ríos de Fred Vargas y Baudoin. Un gusto de novela negra. Pocos nombres, muchos sospechosos.

Y me acuerdo de mi amigo Antonio Aguilar, que dice que hace mucho tiempo que no lee con pasión. O sí. Porque sé que ha colocado El lector en su caja de tormentas, aunque no le ha gustado la novela, muy plana, escrita de una forma lineal y vacía. Así que si dice eso es que a lo mejor ha pasado también la puerta, a lo mejor también se ha cambiado el nombre, a lo mejor ha dejado de responder, a lo mejor sabe que el nombre es algo que pertenece a los otros, esa parte nuestra para que los otros nos conozcan.

Puertas, libros, y esta música. ¿La oyes? Es algo extraño, como el roce de las esferas del mundo bajo la luz del rayo cósmico.

miércoles, 15 de abril de 2009

Patinar


Ves que las cosas fluyen,
que el mundo se desliza.

Pasan los árboles, las estanciones,
la primeravera es una veta de aire
frío sobre el sudor de la mañana.

Y todo es fácil: tienes
un deseo y las ganas
de conseguirlo, y eso es todo.

Y te deslizas, suavemente.

Sin resistirse a nada,
caen las flores del cerezo.

lunes, 6 de abril de 2009

Lunes: cauces secos y peluquerías


Las emociones vienen y van, pero ya notas cómo algunas se quedan. Y te desubican, te desnortan un poco, porque tú querías otra cosa o tal vez tú no querías nada, pero ahí te ves, cuando habías encontrado el equilibrio, cuando gracias a tu psicólogo maravilloso con acento hispanoamericano y gafas a lo Woody Allen, habías conseguido decir aquí estoy, esto empiezo a ser yo, y sobre todo, no quiero esto, no hago lo que no quiero, me reconozco.

Y llega este lunes, lunes de semana santa -y no sabes si deberías escribirlo con mayúscula- y te sientes extraño (extraño eufemismo), porque el fin de semana ha sido muy voraz con tus deseos, con tus sentimientos. Como un lobo en el cuento de una caperucita desnortada. Ayer paseabas por el cauce de un río con un grupo de gente también extraña, dabas pasos siguiendo el cauce, hasta que oíste que alguien preguntaba por el río, por dónde estaba el río. Y miraste al suelo y viste el cauce seco, la senda de grava, de guijas pequeñas en ese cauce seco. Y esa es la mejor imagen para este lunes de vacaciones, de pronto al sumergir las manos en la luz del día has visto que el cauce estaba simple y llanamente seco.

Pero sabes que mirarte al espejo te ayuda, que también te ayudó anoche emparejar los calcetines, barrer un poco, hacer planes para la mañana del lunes y tal vez del martes. Y en eso estás, así que has pensado que pasar a cortarte el pelo te ayudará, que dejarás que el agua discurra por tu cabeza, que los dedos de la peluquera desenreden tus cabellos, los enjuaguen después, que el ruido metálico de las tijeras sea la única música del mundo durante un rato, en silencio, sin palabras, con esa leve fricción de las manos de la peluquera que te mueven la cabeza para un lado u otro según sus intereses. Y luego, has programado, te irás a casa de tus padres paseando, por la ronda, y quién sabe, quién sabe.